sábado, 8 de febrero de 2020

Las niñas pregoneras





Algunos dicen que no les ha gustado el pregón. No han entendido que no se recitara la esperada retahíla de piropos a nuestra ciudad, que no se describiera la belleza del atardecer en La Caleta o que nadie se quebrara la garganta al grito de en Cádiz hay que morir.

Otros han dicho que eso no era un pregón y lo mismo hasta tienen razón.

Las Niñas han montado un espectáculo de generosidad y memoria, de amor, amistad y agradecimiento.

Durante estos meses, se han deslomado para ofrecer a su ciudad lo mejor, repartiendo el protagonismo entre los presentes y rindiendo homenaje a sus antecesores por todo lo que trabajaron para que gente como ellas hayan podido subir hoy al tablao de San Antonio.

Habría sido fácil montarse en escenario y soltar bastinazos con el tipo de pornochacha o de cajera de Simago. Sin embargo, Ana López, Alejandra, Rocío y Tere se han dejado el pellejo, poniendo el trabajo por delante de la familia y hasta de la salud.

En el pregón no se ha hablado de todo lo bonito que tiene Cádiz. Es verdad. En el pregón se ha mostrado sin tapujos lo que se siente cuando uno tiene que coger las maletas para buscarse las papas donde sea. Lo que supone ver Cádiz desde la distancia, acostumbrarse a respirar el aire seco, conformarse con las vacaciones o tener que pedir días sin sueldo para poder volver a la que fue tu casa.

Tampoco se ha hablado de carnaval, de letristas y comparsistas o chirigoteros insignes. Sin embargo, en ese tablao se escucharon las voces de mucha gente, aunque algunos no lo vieran. Allí en lo alto estaban las Muñecas de Marín y Los hijos secretos de Lola Flores. Estaban también las voces de las primeras mujeres que tuvieron bronca en su casa por salir en carnaval, abanderadas por Adela del Moral. También se escucharon las voces del coro mixto y de todas las que hemos sido esclavas de Cleopatra, malitas de los nervios, maniquiles del Palacio de la Moda o cuidadoras gaditanas.

Debo confesar que, en algún momento de la actuación, tuve miedo de que aquello se viniera abajo como lo hizo en su día el suelo de Muebles Peralta en la rebaja de tresillos. Allí hubo un montón de gente. Allí estaba La Canalla, todo el flamenco de La Merced y el barrio Santa María, la familia Ruibal-Inchaurrondo, el Valcárcel y el Columela, Caramba Teatro, la Manuela, que dio a luz lo más bonito de la estación, el Kichi, la Viña y el Corralón.

También estuvieron allí nuestros maestros: la Lola Flores y la Jurado, el Agu, que encendió la llama del teatro, los de Filosofía y Letras, Antonio el de latín y hasta Hassan el del Cambalache. Por estar, estaba hasta mi madre con su acerico, su aguja y su dedal…

Allí se sentía a gente que hace tiempo que no vemos, a gente que ya no está, pero que se viene con nosotros cada vez que hay un cachondeo, como Mariana Cornejo, la Uchi y unos cuantos personajes más.

Este pregón ha sido toda una lucha. Ha sido también una colleja bien dada y un ponernos firmes a todos como solo la Garduña sabe hacerlo. Ha sido el tatuaje sinvergüenza que debe llevar en la frente la mujer que sale en carnaval ante la pregunta de quién os escribe las letras: “las letras las escribe mi coño moreno”.

Este pregón a lo mejor no ha sido un pregón. Esto ha sido un gran revulsivo para algunos y una alegría muy grande para muchos otros. Ha sido una muestra más de lo que cuesta que te tengan en cuenta siendo una puella gaditana, que simplemente te cambien el reggaetón de la carroza y te pongan el pendrive con música de Cádiz, flamenca y carnavalera…

En fin…durante la cabalgata nos vinimos arriba unas cuantas y por poco nos caemos de la carroza bailando por María Jiménez. Nos hicieron fotos y nos grabaron. Uno de los que andaba móvil en mano, me enfocó y me empezó a gritar algo que yo no entendía. Al rato me enteré de que quería que me levantara el vestido para grabarme.
La carroza continuó su marcha mientras sonaba el Se acabó.

Pero... que sepan ustedes que esto no se ha acabado ni por asomo. Hacen falta muchos pregones como este para que las niñas, las suyas y las mías, nuestras hijas, sobrinas, novias y nietas, puedan salir a la calle a cantar sin que nadie se les eche encima o las quieran grabar levantándose el vestido para luego colgarlo en internet.