Durante estos días de
vacaciones, me he aficionado a ver el programa de Iker Jiménez y a leer las
historias del Cádiz oculto en sus volúmenes I, II y III. Vayamos por
partes.
El espacio televisivo me ha enganchado porque trata
sobre cualquier tema relacionado con el mundo del misterio y lo desconocido,
entre los que destacan conspiraciones, ocultismo, criminología, astronomía,
ufología, parasicología, física y naturaleza. Lo mismo se centran en
testimonios de personas que han sido abducidas y arrojadas de vuelta a la playa
de Cortadura en la noche de las barbacoas del Carranza, que te propone un salto
en la historia a través del estudio de las cuevas rupestres.
Con una sensación mezclada entre escepticismo,
intriga, un poco de miedo y escalofrío, he visto en Cuarto milenio casos como el de las caras de Bélmez, los misterios
de las pirámides de Egipto, la cara oculta de Jesús de Nazaret, los mayores
accidentes nucleares de la historia, las profecías de Nostradamus, el código Da
Vinci, el exorcismo de cinco muchachas, tres niños que habían resucitado o que
volvían a la vida tras permanecer en coma durante años, un gato que sólo se
acurrucaba entre las piernas del que iba a fallecer, apariciones de monjas
difuntas en ascensores de hospitales, sicofonías en manicomios abandonados, la
mujer de la curva y un castillo donde vivían extraterrestres desde hacía dos
décadas.
He de confesar que he tenido que terminar de
ver alguno de estos programas presionando fuerte el muslo o la mano de mi
consorte.
Algunas experiencias
terroríficas narradas por personas normales, como tú y como yo, acompañadas por
fotografías o grabaciones de audio son capaces de producir en el sugestionable
telespectador la más aterradora de las emociones. Sin embargo, todavía a día de hoy no soy capaz
de describir de forma coherente el efecto que produjo en mí la visualización
del último capítulo, dedicado a las reliquias cristianas que andaban
rodando y venerándose por el mundo.
Carmen Porter comenzó muy
dispuesta ofreciendo una minuciosa información respecto a la sábana santa y el
velo de la Verónica. Todo parece estar científicamente comprobado: la posición del cuerpo, la situación
de los clavos, el tipo de tejido, la descarga energética que tuvo que
producirse para que la tela se impresionase con la silueta del difunto...
Posteriormente, su
compañero dio paso a las espinas de la corona, los clavos de los pies, las
astillas de la cruz, la lanza que le atravesó el costado y hasta la esponja del
vinagre. Parece ser que justo tras la crucifixión, cada uno optó por llevarse
un recuerdo del momento, como el que fotografía el instante o se compra un
souvenir para enseñárselo a los amigotes al llegar a casa. De modo que uno
pilló cinco gotas de la sangre de Cristo que se veneran en una iglesia de
Florencia; otro cogió un hilo de la tela con la que cubría sus partes y se
encuentra en una vitrina de la catedral de Francia; otra pudo atrapar un pelo
de Cristo, lo metió en una botellita y hace los milagros de los devotos de
Castellón; otra mujer, que estuvo también en el barullo, empapó tres gotas de
sudor del ajusticiado con un pañuelo que ha sido besado por todos los
feligreses que fueron bautizados en la parroquia de un barrio perdido de Milán.
Las localizaciones os las estoy contando un poco a voleo. Tendría que haber
tomado apuntes.
El tema es que cada cual
defiende la veracidad de sus restos y sus milagros como buenamente puede. Nadie
se baja del burro, así que en total tenemos por el mundo sesenta y dos
verdaderos dientes de leche del niño Jesús, astillas y palitos de la santa cruz
como para fabricar cuatro arcas de Noé, seis manteles que se utilizaron en la
santa cena, catorce cálices, mil cuchillos con los que se partió el último pan,
la raspa de cuatro pijotas de cuando el milagro de los panes y los peces,
incluso las uñas de los pies de cuando la Magdalena se los lavó.
La cosa se iba poniendo
cada vez más interesante, así que me aproximé un poco más a la pantalla y subí
el volumen para ver sobre qué otras reliquias podían hablar, porque ya no se me
ocurría ninguna otra más.
Por lo visto, la palabra
reliquia proviene de la palabra latina reliquus, que significa quedarse
atrás. Es una parte del cuerpo de una
persona, o todo él, venerado por algún motivo; o bien algún objeto que, por
haber sido tocado por esa persona o por otros motivos, es digno de veneración.
Yo creo que, atendiendo a esta definición, todos en
algún momento hemos atesorado alguna reliquia: una foto, un anillo o un objeto
de alguien a quien queremos (o hemos querido) para intentar mantener el vínculo
con esa persona a través del objeto. Es lo que se dice el valor sentimental de
las cosas.
Hasta ahí, estamos de acuerdo. Pero una cosa es
guardar en una cajita un mechón de cabello de tu hijo recién nacido para
recordar los rizos con los que nació y otra muy diferente es guardar en un
frasco la primera leche que brotó de tus pechos cuando te subieron a planta
después de paritorio, el rescoldo de tu primera polución, el primer cagajón de
tu retoño, el cordón umbilical o lo que sobró del prepucio cuando le
practicaron la circuncisión.
La verdad es que hay gente para todo.
Mi amiga Carmela, sin ir más lejos, mantuvo durante
diez años una relación muy especial con su gato. Ella es soltera y Bicho era su única compañía. Cuidaba al felino como si fuese su
bebé: lo peinaba, lo acunaba, dormía con él como una niña abrazada a su peluche.
Pero un fatídico día, Bicho se perdió. Cuando lo localizaron, en un veterinario
de la localidad, no había nada que hacer. Bicho falleció al poco tiempo en los
brazos de Carmela. Mi compañera pasó un duelo de aquí te espero. No sé
si lo habría sentido tanto si se le hubiera muerto su madre. No tenía consuelo la pobrecita.
En fin, que era incapaz de separarse del cuerpo del
felino que había sido su compañero durante una década. Habló durante un rato de la
imposibilidad de enterrarlo ni de incinerarlo. No podía desprenderse de él.
Quería quedarse con algún vestigio de su cuerpo, algo que la acompañase y que
pudiera sostener entre sus manos en los momentos de dolor.
Tras darle muchas vueltas, pensó que le importaba
todo un pepino. Que ella lo que quería era quedarse con el gato entero. Así que, ni corta ni perezosa, se puso en contacto con un taxidermista de El Arahal que se
plantó allí en un periquete y se llevó al gato, más tieso que una mojama, en
una neverita. Se lo devolvió a las dos semanas disecado, con los ojitos
cerrados y enroscadito sobre un cojín de terciopelo.
Mi amiga se abrazó al monigote como si se tratase
del amor de su vida. Lo acurrucó, lo besó y lo colocó en los pies de su cama. Ahí permanece
desde entonces. Ella le habla y lo acaricia como si estuviese vivo. Yo, cada
vez que entro en su habitación, es que no puedo ni mirarlo de la grima
que me da.
Carmela está encantada. Me dice que en vez de tener un muñeco reborn, ella tiene a su gato, que
es mucho más normal que fliparlo con un pedazo de silicona vestido de bebé. Yo
qué sé. La cuestión es que así duerme cada noche, con Bicho sobre el edredón, con un ojito cerrado y el otro medio
abierto. A veces, se desplaza con el trasiego del sueño y amanece en la mesita
de noche, sobre la cabeza de Carmela, bajo la cama o entre las sábanas. Algo de
lo más corriente.
Otro que dormía de una forma parecida a la de mi
amiga era el generalísimo Franco. Se cuenta que se agenció la mano incorrupta de Santa
Teresa, a la que se atribuían poderes milagrosos y demás bondades. Al
principio, Francisco respetaba y honraba la reliquia con una verdadera
devoción. La conservaba dentro de una urna de cristal y cada noche se
arrodillaba ante ella para rendirle culto y pedirle su protección.
Con el paso de los años, fue cogiendo confianza con
la mano. La paseaba por su casa fuera de la urna y la mostraba a los visitantes.
Posteriormente, se refiere que Doña Carmen colgaba en ella sus collares y ensartaba
sus anillos, como hacen muchas mujeres con las manos de porcelana que venden en
el chino.
Hasta que, al final, terminó jugando con ella a Hola, Don Pepito, hola Don José. Le servía para rascarse las espaldas, de compañía en las noches de
desvelos y hasta para acariciarse la calva en los momentos de reflexión.
Cuentan las malas lenguas que la llamaba cariñosamente La Teresita. Se rumorea que nuestro caudillo abandonó este mundo
con su mano derecha entrelazada con la mano de la santa, recordando todos los
buenos momentos que habían vivido juntos.
A lo que iba. El programa continuaba.
Tras citar varias reliquias más relacionadas con
fluidos corporales de santos y beatas, miembros embalsamados, cabezas incorruptas y
demás lindezas, apareció la cola del burro en la que se montó Jesús (vulgo
Borriquita), cinco gotas de la leche con la que María amamantó al niño y una
pluma que se le habría caído al arcángel San Gabriel mientras batallaba con el
diablo.
Al terminar con la retahíla, aparecieron imágenes de
gente rezando ante botellas vacías. Yo, al principio no comprendí bien la escena y se
me vino a la cabeza el chiste del lepero que siempre tenía una botella vacía en
el frigorífico por si llegaba alguien de visita y no quería nada.
Por lo visto, la primera botella contenía un suspiro
de San José y la otra, un estornudo del espíritu santo. La leyenda cuenta que dos ángeles recogieron tanto el suspiro como el estornudo y los custodiaron hasta
que unos monjes las encontraron en Nazaret. Yo pensé que mi cabeza ya había
llegado al grado máximo de asombro.
Iker y Carmen resultaban de lo más convincentes. El
programa estaba culminando. Ambos se sentaron y nos recomendaron a los televidentes que nos
acomodáramos igualmente para empaparnos bien de la historia que venía a
continuación.
Yo llamé a mi marido, que estaba dándole los últimos
toques a la cena, para que dejara lo que estaba haciendo y viniera a darme la mano. Nos colocamos los dos en el sofá, él en plan burlón
y yo consumida por la histeria y el pavor. En la pantalla apareció José Manuel
Serrano Cueto dispuesto a deleitarnos con la historia más oculta de Cádiz jamás
contada, totalmente en primicia para nosotros.
- - Y ya para
terminar, presten mucha atención, porque vamos a presentar la reliquia más emblemática de nuestra religión: El santo
prepucio. Encontrado nada más y nada menos que en la ciudad de Cádiz, en el
barrio de la Viña, y cuya réplica exacta puede contemplarse en una vitrina de
la Casa del terror y lo fantástico de la calle Beato Diego.
La explicación de este descomunal misterio es la
siguiente:
A los ocho días, atendiendo al rito judío, el niño
Jesús habría sido circuncidado. La matrona que asistió el evento guardó el pellejito
en una jarra de alabastro llena de nardos para que se conservase. Se plantea el
misterio teológico de que si Jesús ascendió al cielo con su cuerpo completo o
si se dejó el prepucio atrás. Algunos piensan que el prepucio volvió a su
cuerpo el día de la resurrección y que subió todo junto. Otros abanderan la
idea de que primero subió el cuerpo y, a los dos o tres días, voló el prepucio
solo, pero que se desvió un poco de la trayectoria y se convirtió en el anillo
de Saturno. No veas.
Sea como fuere, tenemos restos del prepucio en la
Basílica de San Juan de Letrán, en la catedral de Le Puy, en Santiago de Compostela, en
Amberes y en un total de catorce vitrinas que han sido autentificadas como
portadoras de la santa reliquia. Sin embargo, según el investigador, el
resto que más veracidad nos ofrece atendiendo a las fuentes históricas es el
aparecido en Cádiz y, debido a esta cuestión, se entiende perfectamente que a
los oriundos del lugar se les conozca popularmente con el gentilicio de picha
o pichita. Nos ahorramos comentarios innecesarios acerca del tamaño
del miembro que debió tener el chiquillo para que diera de sí catorce
relicarios. Como reza en el cartelito de la vitrina que presenta la réplica
expuesta: Un bastinazo.
Aparte de su importancia física como reliquia, en
ocasiones se ha asegurado que el Santo Prepucio ha aparecido en una famosa
visión mística de Santa Catalina de Siena. En su visión, Jesús se casaba
místicamente con ella, y le ponía su prepucio amputado como anillo de bodas.
Por otro lado, la Beata Sor Inés Blannbekin, un día,
al comulgar, comenzó a rezar y a pensar en dónde estaría el prepucio. De
repente sintió un pellejito, como una cáscara de huevo, de una dulzura
completamente superlativa y se lo tragó. Apenas lo había tragado, de nuevo
sintió en su lengua el dulce pellejo y, una vez más, se lo zampó. Esto lo pudo
hacer unas cien veces, no se especifica si en el mismo día o en diferentes
ocasiones. Fue tan grande el dulzor cuando la beata ingirió el pellejo, que
sintió una dulce transformación en todos sus miembros, especialmente en sus
partes bajas, que se recubrieron inmediatamente de una salsa parecida a la que
se prepara para el solomillo al whisky.
Y con esto, terminó Cuarto milenio. Mi santo me puso por delante una tortilla
francesa y unas finas lonchas de caña de lomo. Yo miré el plato y lo miré
a él. Él soltó una carcajada. Me retiró el plato y se fue para la
cocina cantando:
- - Me voy a hacer
un rosario, con tus dientes de marfil, para que pueda besarlo, cuando esté
lejos de ti.