Entre tinto y tinto pueden pasar muchas cosas. Las que
somos madres y correteamos detrás de los niños con un buche en la boca lo
sabemos. Yo es que ya ni me acuerdo de lo que era sentarse en un velador,
colocar las piernas disimuladamente sobre la silla de en frente y empaparme el
gaznate y el espíritu con la espumita helada de una cerveza de barril. Sólo de
pensarlo se me saltan los lagrimones.
Ahora mis cañas y mis tapas aparecen impregnadas de un
estado de alerta que yo nunca antes había conocido. Ya no voy mirando si el
sitio está bien, ponen buena música, tiene bonitas vistas al mar y pescaíto
fresco, sino si hay suficiente espacio para salir corriendo en caso de que el
niño se caiga de boca o le tire un cacharrito a algún cliente, cosa que parece
que se ha puesto de moda ahora. No hay una terraza en la que nos “sentemos” en
la que no llueva un muñequito de Peppa Pig en lo alto de la ensaladilla, en la
que una pala o un rastrillo voladores no derriben el vaso de tubo sobre mi
falda o en la que la chocolatina derretida de turno no se pose sobre la
tortillita de camarones recién hecha.
Para colmo, con las telas tan finas con las que hacen
los vestidos veraniegos, en cuanto que te cae una cerveza encima, se te
transparenta todo, con lo que una va dando el espectáculo, primero por sucia y
luego por exhibicionista.
Yo, respecto a esto último, ya he terminado por perder
la vergüenza directamente y, lo mejor de todo, es que cada vez me estoy
encontrando con más gente que va en el mismo plan, así que como dice el refrán, después de perdidos, al río. O como diría la divina, a mí plin, yo soy
Ordóñez Dominguín.
La verdad es que cuando una se quita de un plumazo los
pudores invernales, siente como si soltara un peso moral a la vez que corporal,
de ropa, de mente y de todo. Vamos, que hasta el pescaíto te sabe más rico y no
te importa tanto que la Peppa Pig se te meta en el plato cada vez que le sale a
ella de su corazón.
Toda esta sinvergonzonería germinó en mí cuando empecé
a juntarme en la playa con más gente que tiene niños, con lo que conlleva esto:
pelotas volando, peleas en la arena, cubos de agua peregrinos, algas en la
cabeza como si fuesen pelucas, carreras espontáneas al estilo de Pamela
Anderson, algún tropezón con una piedra de la orilla, inclinaciones constantes,
genuflexiones esporádicas, aberturas de piernas imprevistas, cuclillas,
agachadillas, un niño que trepa por tu sujetador porque ha visto la aleta de un
tiburón imaginario…
Antes de verme en este plan, a veces yo me aburría en
la playa y me ponía a contemplar la actividad incansable de las madres con los
niños. Muchas veces observaba las escenas y me entretenía desde la distancia
pensando:
- “A la mujer se le está viendo toda la teta y nadie
le dice nada”.
- “Esta va ya con la parte de abajo del bikini por
media pierna y sigue corriendo detrás de la pelotita”.
- “A esta pobre le veo yo hasta el píloro cada vez que
se agacha a coger un cubito de agua en la orillita”.
- “Hay que ver el niño, los jalones del pareo que le
está metiendo a su madre, no va a parar hasta que la deje en pelotas, míralo,
la dejó…”
Así podía pasarme ratos y ratos, ajena totalmente a la
película que admiraba desde mi tumbona como la que está viendo un cine de
verano.
Lo mismo todo esto que me pasa ahora es castigo de
Dios, como dicen en mi barrio, por haber sido tan mala persona de pensamiento.
Sin embargo, ahora que me veo yo de protagonista de la peliculita…la verdad es
que no tiene tanto chiste.
Lo que sí que me hace gracia es que los hombres se van
incorporando poco a poco a esta labor de briega infantil playera. Este reparto
solidario me congratula y me llena de satisfacción. Por una parte, por el tema
de la paridad y todo eso, pero, por otra… lo que me encanta es ver que a ellos
también se les descompone el palmito, el bañador, la huevera y hasta las
entretelas cuando se ponen por derecho con su descendencia.
Yo al principio tenía un dilema muy grande:
- “Se lo digo o no se lo digo…”
Pero luego… una
vez que pensé en todas las madres que a lo largo de su historia veraniega han
estado enseñando involuntariamente agosto tras agosto desde los flecos de las
entrepiernas hasta el cerete a través del tanga, la pechera por debajo de los
aros del sostén o el chumino mismo intentando meterse en el flotador del niño
por hacer la gracia…
Anda hombre y viva el silencio administrativo.
Yo ahora estoy morena a parches, porque con tanto
trasiego no tengo asiento ni para extenderme bien la protección solar.
Hay muchas compañeras de fatigas que están igual que
yo. Sin embargo, también hay muchos padres de familia que se están uniendo a la
pandilla, compartiendo tareas, juegos, sudores, carrerones…y por qué no decirlo,
también están compartiendo su circuncisión cada vez que dan una voltereta para
divertir al niño, su orificio anal cuando se van a coger cangrejos y el niño se
agarra al bañador para no caerse, la cicatriz de la operación de apendicitis y
hasta el tatuaje secreto que nada más que conocían su mujer y él.
En fin…yo me lo tomo como una pequeña justicia visual
que todas nos merecíamos ¿O no?
Esta cervecita va por vosotras, amigas caleteras.
Tomárosla rapidita antes de que lleguen vuestros terremotos.
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