lunes, 22 de julio de 2019

Las cosas del verano




Entre tinto y tinto pueden pasar muchas cosas. Las que somos madres y correteamos detrás de los niños con un buche en la boca lo sabemos. Yo es que ya ni me acuerdo de lo que era sentarse en un velador, colocar las piernas disimuladamente sobre la silla de en frente y empaparme el gaznate y el espíritu con la espumita helada de una cerveza de barril. Sólo de pensarlo se me saltan los lagrimones.

Ahora mis cañas y mis tapas aparecen impregnadas de un estado de alerta que yo nunca antes había conocido. Ya no voy mirando si el sitio está bien, ponen buena música, tiene bonitas vistas al mar y pescaíto fresco, sino si hay suficiente espacio para salir corriendo en caso de que el niño se caiga de boca o le tire un cacharrito a algún cliente, cosa que parece que se ha puesto de moda ahora. No hay una terraza en la que nos “sentemos” en la que no llueva un muñequito de Peppa Pig en lo alto de la ensaladilla, en la que una pala o un rastrillo voladores no derriben el vaso de tubo sobre mi falda o en la que la chocolatina derretida de turno no se pose sobre la tortillita de camarones recién hecha.

Para colmo, con las telas tan finas con las que hacen los vestidos veraniegos, en cuanto que te cae una cerveza encima, se te transparenta todo, con lo que una va dando el espectáculo, primero por sucia y luego por exhibicionista.

Yo, respecto a esto último, ya he terminado por perder la vergüenza directamente y, lo mejor de todo, es que cada vez me estoy encontrando con más gente que va en el mismo plan, así que como dice el refrán, después de perdidos, al río. O como diría la divina, a mí plin, yo soy Ordóñez Dominguín.

La verdad es que cuando una se quita de un plumazo los pudores invernales, siente como si soltara un peso moral a la vez que corporal, de ropa, de mente y de todo. Vamos, que hasta el pescaíto te sabe más rico y no te importa tanto que la Peppa Pig se te meta en el plato cada vez que le sale a ella de su corazón.

Toda esta sinvergonzonería germinó en mí cuando empecé a juntarme en la playa con más gente que tiene niños, con lo que conlleva esto: pelotas volando, peleas en la arena, cubos de agua peregrinos, algas en la cabeza como si fuesen pelucas, carreras espontáneas al estilo de Pamela Anderson, algún tropezón con una piedra de la orilla, inclinaciones constantes, genuflexiones esporádicas, aberturas de piernas imprevistas, cuclillas, agachadillas, un niño que trepa por tu sujetador porque ha visto la aleta de un tiburón imaginario…

Antes de verme en este plan, a veces yo me aburría en la playa y me ponía a contemplar la actividad incansable de las madres con los niños. Muchas veces observaba las escenas y me entretenía desde la distancia pensando:
- “A la mujer se le está viendo toda la teta y nadie le dice nada”.
- “Esta va ya con la parte de abajo del bikini por media pierna y sigue corriendo detrás de la pelotita”.
- “A esta pobre le veo yo hasta el píloro cada vez que se agacha a coger un cubito de agua en la orillita”.
- “Hay que ver el niño, los jalones del pareo que le está metiendo a su madre, no va a parar hasta que la deje en pelotas, míralo, la dejó…”

Así podía pasarme ratos y ratos, ajena totalmente a la película que admiraba desde mi tumbona como la que está viendo un cine de verano.

Lo mismo todo esto que me pasa ahora es castigo de Dios, como dicen en mi barrio, por haber sido tan mala persona de pensamiento. Sin embargo, ahora que me veo yo de protagonista de la peliculita…la verdad es que no tiene tanto chiste.

Lo que sí que me hace gracia es que los hombres se van incorporando poco a poco a esta labor de briega infantil playera. Este reparto solidario me congratula y me llena de satisfacción. Por una parte, por el tema de la paridad y todo eso, pero, por otra… lo que me encanta es ver que a ellos también se les descompone el palmito, el bañador, la huevera y hasta las entretelas cuando se ponen por derecho con su descendencia.

Yo al principio tenía un dilema muy grande:
- “Se lo digo o no se lo digo…”

 Pero luego… una vez que pensé en todas las madres que a lo largo de su historia veraniega han estado enseñando involuntariamente agosto tras agosto desde los flecos de las entrepiernas hasta el cerete a través del tanga, la pechera por debajo de los aros del sostén o el chumino mismo intentando meterse en el flotador del niño por hacer la gracia…

Anda hombre y viva el silencio administrativo.

Yo ahora estoy morena a parches, porque con tanto trasiego no tengo asiento ni para extenderme bien la protección solar.

Hay muchas compañeras de fatigas que están igual que yo. Sin embargo, también hay muchos padres de familia que se están uniendo a la pandilla, compartiendo tareas, juegos, sudores, carrerones…y por qué no decirlo, también están compartiendo su circuncisión cada vez que dan una voltereta para divertir al niño, su orificio anal cuando se van a coger cangrejos y el niño se agarra al bañador para no caerse, la cicatriz de la operación de apendicitis y hasta el tatuaje secreto que nada más que conocían su mujer y él.

En fin…yo me lo tomo como una pequeña justicia visual que todas nos merecíamos ¿O no?

Esta cervecita va por vosotras, amigas caleteras. Tomárosla rapidita antes de que lleguen vuestros terremotos.

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